Cinefórum: Tenemos que Hablar de Kevin (I)

El pasado 27 de noviembre tuvo lugar, aquí en el Lafora, otra edición de nuestro cinefórum. Con el título «Cine y psicopatología», se proyectó la película Tenemos que Hablar de Kevin.

Trailer de la película, para los que no puedan esperar más…

Aquí os dejamos el trabajado análisis que de la misma hicieron tres de nuestros compañeros residentes: Adela, Benjamín y Sandra. Lo vamos a publicar en dos entradas porque es bastante extenso.

Tenemos que hablar de Kevin es una de esas películas que te dejan un poso extraño cuando terminan. Un mal sabor de boca después de haber presenciado el nulo vínculo afectivo entre una madre y un hijo, tanto dolor y sufrimiento recayendo sobre los hombros de los que protagonizan esta historia, tantos errores por pagar y en definitiva, a unos seres humanos caminando por un callejón sin salida.

We Need to Talk About Kevin, es una película que sale a la luz en 2011. La directora y guionista Lynne Ramsay adapta la obra de Lionel Shriver con un gran resultado, que hace que la película sea ganadora en el London Film Festival del mismo año.

Tenemos que hablar de Kevin es un oscuro drama familiar, de complicado tema, que refleja una dura y terrible penitencia para sus personajes. Y no solo para ellos, como espectadores estamos expuestos a sufrir su padecimiento como si de una pesadilla de la que no somos capaces de despertar se tratase. Este drama se convierte en una cinta de terror psicológico, que echa manos de recursos del thriller.

Esta directora juega acertadamente con muchos recursos estilísticos, desde el omnipresente color rojo, hasta la narración no lineal, los flashbacks que nos muestran la infancia de Kevin y un presente que mantiene el misterio sobre los hechos hasta el mismo final con una sensación de amenaza e incertidumbre muy bien llevada, lo que ayuda bastante a mantener el interés en la historia.

El aspecto estético está muy cuidado, dando como resultado una espléndida fotografía y una composición de planos que no puede pasar inadvertida. La constante del color rojo –que comienza en España en una fiesta popular retratada como si se tratase de una masacre– sirve a la realizadora como un leit motiv muy relacionado con todos los temas que aborda la película. La inquietante banda sonora de Jonny Greenwood tiñe de dramatismo escenas en las que no habríamos leído tanto contenido. Están escogidas para contrastar, en lugar de enfatizar, los sentimientos de la película o quizá para servir de alivio durante la contemplación de situaciones demasiado exasperantes.

Los protagonistas están interpretados por Tilda Swinton (una madre entregada, pero superada, que no será capaz de imaginar hasta dónde puede llegar el mal  comportamiento de su hijo), John C. Reilly (un niño problemático y difícil desde sus primeros años que supondrá un desafío para ambos) y C. Reilly  en el papel de una persona egoísta y acomodaticia, que apenas supone nada ni como marido ni como padre y aunque la presencia del actor es muy reducida en comparación con la de los otros protagonistas, su mínima intervención tiene mucho peso sobre los sucesos.

Siendo más rigurosos, la película se introduce de lleno en la mente de una mujer cuyo nuevo rol maternal le supera. Es incapaz de educar correctamente a un bebé que desde su nacimiento se proclama como un verdadero problema y que provoca la infelicidad de su madre, la única consciente, por otra parte, de que su hijo padece algún tipo de trastorno. Asistimos a un retrato duro y trágico, en el que una mujer sufrirá un castigo eterno por una tragedia de la que ella se siente de alguna manera culpable.

Nos enfrentamos a un viaje hacia el arrepentimiento y la búsqueda de las posibles causas que conducen a un sociópata a cometer un crimen masivo. Obtenemos como posible respuesta, la falta de amor, de afecto, de comunicación por parte de una madre y su hijo, el proceso educativo en el momento actual, la falta de previsión médica y la facilidad de acceso a las armas en determinados países. Aunque hay que recalcar que Tenemos que hablar de Kevin no sigue los patrones de otras películas o documentales basadas en masacres de institutos, ya sea Bowling for Columbine, Elephant o Zero Day. De hecho, poco sabemos de la vida de Kevin en su institución educativa.

Kevin y su madre

Kevin y su madre, ¿tal para cuál?

La película cuestiona esa inocencia innata que se le presupone a cualquier persona y nos viene a decir que lejos de influencias externas, educación, falta de cariño o comprensión, hay personas que pueden ser malas por naturaleza o, al menos, estar trastornadas desde su nacimiento. La película analiza la negación. Ninguna persona quiere creer que su hijo sea así, nadie acepta que un niño pueda albergar maldad. Este autoengaño se produce en ambos progenitores, pero más aún en el padre, a quien el hijo manipula para que crea que es bueno y que todo son imaginaciones de la madre. El marido no llega a dar crédito a su pareja en ningún momento, ni se pone de su parte. No llega siquiera a cuestionar esa posibilidad, ya que es mucho más cómodo aferrarse a lo bonito y lo fácil. Esta falta de comprensión o apoyo en el cónyuge, que apenas se recalca, aunque no pueda obviarse, es uno de los más interesantes estudios de la obra.

No nos encontramos ante una crítica hacia la paternidad mal desempeñada o hacia las negligencias parentales. No muestra a una madre que dedica el tiempo a su trabajo(también a la familia), cosa que han hecho siempre los padres y que ahora se cuestiona cuando son las mujeres las que compaginan ambas cosas. El personaje de Swinton se entrega por completo a la educación y crianza, dándolo todo, dejándose la piel, la autoestima y el orgullo, para resultar comprensiva y cariñosa. Mientras la película no acusa a la madre, muestra cómo la sociedad sí lo hace.  Asimismo, el Kevin adulto encarnado por el joven Miller, muestra a un adolescente inquietante, que trata de imponer sus normas, inteligente, manipulador, previsor, falto de empatía, egocéntrico y vengativo. Un perfil psicológico sociópata retratado a la perfección y conducido brillantemente por un nuevo talento interpretativo.

Tenemos que hablar de Kevin indaga de puntillas dentro de la complejidad de su proposición teórica (¿El sociópata nace o se hace, o ambas cosas?). Ocupa un espacio que no se había llenado hasta el momento, en el que se adopta una posición nueva en el tratamiento de una problemática social controvertida en las ciencias psicológicas y criminológicas. Lynne Ramsay no podría haber dirigido mejor un asunto tan complejo para no ya centrarse en el chico y su conflicto, sino para profundizar en el sentimiento de culpa de una madre que podría haber evitado el suceso. Una historia dura y estremecedora que merece la pena, ya sólo sea por ver a Swinton dando lo mejor de sí misma.

La novela

Portada de la novela en la que se basa la película.

Esta película invita a mirar más allá de la psicopatía. Nos encontramos ante un chico que a los 16 años mata a su padre, a su hermana y un a un grupo de chicos. Pero también se nos habla de su origen como individuo, de su familia, de su contexto y en definitiva de la sociedad donde se encuentra. La pregunta  “por qué” está presente durante toda la película, representada principalmente en la madre, pero además está implícita en el mismo argumento, en los flashbacks, y en el recorrido retrospectivo. La película no da una respuesta, el mismo Kevin dice “antes creía saberlo, ahora no sé”. Pero mejor que respuestas es tener preguntas. Es precisamente aquí donde encontramos su riqueza, y es por esto que nos pareció una oportunidad excepcional para pensar a Kevin, como si de un caso clínico se tratase.

(Sigue aquí)

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